En aquellos años, los mayores se solían reunir divididos en dos grupos. Por un lado estaban los que se juntaban en el Centro Social y por otro los asiduos del Casino. Los primeros, currantes y de izquierdas. Los segundos, gente de dinero y de derechas. No es una apreciación mía. Así es tal y como me lo contaron.
La razón de ser de los Centros de Mayores es la de que los jubilados tengan un lugar donde reunirse, realizar actividades y disfrutar de ciertos servicios, y todo o casi todo gratis. Los únicos requisitos para hacer uso de ellos es haber cumplido los 60. Esto significa que al abrirse el Centro, tanto los de un lado como los del otro, no solo empezaran a disponer de estos servicios e instalaciones, sino que, además, intentaran conquistarlo y apropiarse de él.
Los primeros conflictos surgieron por esas cuestiones económico-políticas, pero hubo otras circunstancias que confluyeron para que se llegara a una situación que pudo acabar en tragedia. Veamos:
1- Los Amantes del Azar vs Los Fanáticos del Ritmo. O lo que es lo mismo, los que juegan a las cartas contra los que menean el esqueleto. Los jugadores ocupaban el salón todo el tiempo y cuando aparecieron unos cuantos que lo solicitaron para montar baile los sábados y los domingos, se lío gorda. Los de las cartas no querían que se les dejara las instalaciones a los de baile, aun cuando las horas que ellos utilizaban el salón superaban con mucho las que pedían los danzarines. La Dirección tomó la decisión de que los días de bailoteo se dejara jugar de las 4 a las 5 y a esa hora se recogieran las mesas y las sillas para montar la pista. La cosa no iba a resultar tan sencilla. El primer día, para darle un poco de color al baile, se presentaron allí todos los concejales y cuando llegó la hora de recoger, allí no se levantaba ni Dios. Los jugadores se hicieron fuertes agarrándose a las mesas. Los concejales intentaban interceder con buenos modales. A la Concejal de Bienestar Social la llamaron puta. Les gritaban “¡y vosotros os llamáis socialistas! Los defensores de la danza intentaban mover el mobiliario. Agarrones, forcejeos... Al final se celebró (y se sigue celebrando), pero eso no significa que quedara todo el mundo contento (ni aun hoy)
2- Tensiones sexuales no resueltas. Pero no entre el personal. Los abuelos, los días de baile, se engalanan (algunos con el traje de la boda de hace 40 años), las mujeres se emperifollan, se maquillan, el día anterior van a la peluquería... Allí que se plantan todos a bailar, con sus descansos entre pasodoble y pasodoble para recuperar el aliento y echarle el ojo a la presa siguiente. Depredadores en estado silvestre. Algunos, los más chulos, sientan a la parienta y sacan a la pista a toda la que pillan menos a ella. Entre el rechinar de las prótesis, el castañetear de las dentaduras postizas y el sudor de los refajos el ambiente rezuma sexualidad. Y levanta pasiones. Y envidias. Y celos.
-Fulanito te ha sacado ya tres veces...
-¿Y a ti qué?
-Pues que llevamos 45 años casados...
-¡Pues anda la antigualla esta!
-¡Pepe, que le estabas tocando el culo a la Juana!
-Pero mujer, si entre el vestido y la faja no se nota nada.
-¡Ya, claro, pero a mí ni con faja ni sin faja!
Incluso me cuentan que alguna llegó a sacarle una navaja a otra por haberle robado el novio. Si le robó el corazón, esperemos que no se le olvidara el marcapasos.
3- Tradición vs Progreso. La mujer en casa y el hombre... donde le dé la gana. En este caso el Centro. Estamos hablando de 1997. Ni 20 años (y los que vinieron después) de democracia pueden con las costumbres más arraigadas y arcaicas de la sociedad. Democracia marcada por sucesivas alcaldías socialistas en este caso, y que hace suponer cierto progresismo en sus habitantes. Pero no. Muy socialistas, muy progresistas, pero las mujeres en la cocina y la comida en la mesa cuando el hombre llegue a casa. Y con el trabajo igual. Orgullosos de haber mantenido a la familia y de que la esposa no haya trabajado nunca, ni se le ocurriera. El Centro no iba a ser una excepción. Las mujeres allí no pintaban nada. Si pasaban, era sólo un momento a darle un recado al marido y ya está. No es de extrañar, pues, que se montara otro follón cuando se empezaron a organizar los talleres (costura, bordado, manualidades...) Actualmente lo tienen asumido y participa todo el mundo, pero en aquel entonces fue un escándalo que por allí pararan las señoras y todavía más que fueran ellas las que impartieran dichos talleres y cobraran por ello. Conste que lo siguiente no es de mi cosecha. Es fruto de la gran inventiva de algunos y algunas.
“Vaya una guarra (a la profesora) Seguro que mientras ella está aquí, el marido está en su casa con alguna fulana” Véase que se insulta a la mujer (guarra) por no estar atendiendo las tareas domésticas y se le presupone al marido un vigor más que discutible, sobre todo si tenemos en cuenta que seguramente no fuera ningún chaval. Cosas del machismo. A continuación, la contestación.
“¿A QUIÉN LLAMAS TÚ GUARRA? ¡QUE LLEVO YO LAS BRAGAS MÁS LIMPIAS QUE TÚ LA CARA!” Se ve que le tocaron la fibra sensible (la higiene) y eso le despertó la elocuencia a la mujer.
4- El levantamiento. De todas estas situaciones no se podía esperar nada bueno y las tensiones se iban acumulando. Pero no hay nada mejor que encontrar un enemigo común, culpable o no culpable, para ponerse todos de acuerdo.
Un día se montó tal jaleo que tuvieron que salir a poner orden el director, los conserjes, el camarero, las de la limpieza... Intentaron hacerles razonar pero, en vista de que ninguna solución les satisfacía, todos los bandos hicieron causa común contra la Dirección del Centro. Los insurgentes superaban a los funcionarios en una proporción de 10 a 1 y además habían acudido pertrechados para la batalla con garrotas, andadores y boinas arrojadizas. El responsable de radiotelegrafía (el conserje) telefoneó al concejal y al alcalde, que en aquellos momentos se encontraba en una reunión en la capital. Y ni con los mandamases en frente se achicaban los rebeldes. Ante situaciones extremas, soluciones extremas. Se avisó a la Guardia Civil, que desalojó, al fin, el edificio y terminada la tarea, procedieron a desalojarse ellos mismos, dejando a toda la turba enardecida en la calle y a los funcionarios dentro. Así se quedó la cosa durante varias horas, los de dentro esperando a que se fueran los de fuera y los de fuera esperando a que salieran los de dentro. Llegando las 11:30 de la noche la multitud empezó a retirarse, ya sea porque tuvieran que atender sus incontinencias, tomarse la medicación o ver la telenovela, o las tres cosas, y los asediados pudieron marcharse a sus casas.
Esta historia podría haber sido recordada, e incluso ensalzada por trovadores y juglares en muchas generaciones de no ser porque su final fue de lo más descafeinado.
Al día siguiente de los incidentes, se reunió el gabinete de crisis del Ayuntamiento, que decidió cerrar el Centro durante dos días para apaciguar los ánimos y también para darles un correctivo a los agitadores. Con esto y con un par de reuniones con los implicados para leerles la cartilla a unos y dorarles la píldora a otros, se consiguió una paz que todavía perdura... a ratos.